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Dolor en Alvear por la muerte Carlos “Ruso” Romo

Carlos Romo, exjugador de fútbol de General Alvear, falleció este sábado a los 76 años tras sufrir un paro cardíaco mientras estaba internado por coronavirus. La noticia conmovió a todo el departamento.

Romo, apodado el Ruso, nació el 9 de noviembre de 1944, Ídolo del Sport Club Argentino y referencia del fútbol local.

Según cuenta el sitio Crónicas Departamentales en su Facebook Romo nació el 19 de noviembre, pero, por esas cosas de la vida, fue registrado el 22 de diciembre de 1944, en la querida Isla Gorostiague, en cercanías de la Bodega de Don Pascual Artola.

Su padre se llamaba Juan Bautista Claudio Romo, era un inmigrante español nacido en la localidad malagueña de Nerja, ciudad costera ubicada en la parte sur de la Costa del Sol de España. A esta zona se la suele denominar como el «Balcón de Europa», ya que se ubica sobre un acantilado con vistas del Mediterráneo y las montañas circundantes, y su madre era Doña Irene Mansilla. Una calle del Barrio Isla Gorostiague, justamente homenajea al padre de Carlos, Don Juan Bautista Romo, llevando su nombre y reconociéndolo como uno de los pioneros de esta zona de nuestro departamento.

Los estudios primarios los inició en la escuela Alas Argentinas, y los finalizó en la escuela Miguel de Azcuénaga y los secundarios en la Escuela de Agricultura, el primer año, y los dos años restantes en la Escuela Nacional de Comercio Bachiller Anexa.

Su padre tenía un horno ladrillero, donde sus hijos desde niños, ayudaban en el armado y horneado de los adobes.
Recuerda aquellas frías mañanas cuando en una sencilla y desvencijada bicicleta rodado 28, cruzaba la ciudad, para luego por Diagonal Carlos Pellegrini, llegar a la Escuela de Agricultura y cursar el primer año del ciclo de educación media.

Frente a la casa de los Romo, había una cancha, en la que todas las tardes se reunían los niños y jóvenes del lugar para «sacarle el jugo» a la de cuero. Esta cancha de piso de tierra y algo gredoso, dio inició a lo que se denominó, el Club Atlético Isla Gorostiague. Entre esos niños que día a día pateaban algún fútbol de cuero, cuando había, o improvisadas pelotas de trapo, estaba el «Ruso» Romo, quien ya mostraba condiciones, las mismas que lo llevaban a jugar en partidos de mayores.

Gambeta a gambeta, con valentía y coraje, aquel niño jugaba al fútbol casi como si fuera una travesura, y mostraba su talento natural al momento de hacer una «chilena», jugada que lo caracterizó desde sus inicios hasta el fin de su carrera.

Su hermano mayor, Miguel, veía que Carlitos, estaba para más y ansioso por motivar aquellas ganas del niño, lo llevaba los domingos en la tarde a ver al lobo alvearense, el Sport Club Pacifico. Sin imaginar que aquellos ídolos albinegros, que descollaban pasión en cada partido como el «Negro» Gaffoglio, o el recién llegado Possio, el inolvidable «Cato» Rodríguez, o el gran Raúl Agüero, fueron haciendo que el «Ruso» sintiera que el fútbol era casi un mandato de vida.

Al cabo de algunos meses se da la oportunidad de conocer a algunos de los dirigentes de la institución de Libertador Norte, luego de algunas pruebas de entrenamiento, fue surgiendo el interés de los «albinegros» por el chico de la Isla Gorostiague.

Serán estos los años también en que su barrio lo comenzó a apodar como el «Ruso», apodo que surgió de la mano de Don Miguel Artola, quien veía que en cada partido de potrero, como Carlos se enfrentaba, a veces hasta a golpes de puño, con un niño vecino al que llamaban «Coreano». Artola en una ocasión, presto a separar a los dos amigos, les dice: «No se peleen «Coreano» y.…»Ruso», si vos vas a ser el «Ruso».

Es el mismo Miguel Artola, que, viendo las condiciones de aquellos jovencitos, lleva al club de sus amores, el Sport Club Argentino, a Carlos, a su hermano, también al «Coreano» y a uno de sus hermanos, junto a otro muchacho del barrio. Artola confiaba en el talento y la fiereza de los jugadores del Club Atlético Isla Gorostiague, y estaba seguro que se destacarían en la «Academia» alvearense.

El primer partido de Carlos Romo en Argentino, será ante el tradicional rival del barrio, el Andes Fútbol Club, en un cotejo amistoso. Allí conoce a un referente de la institución albiceleste, Francisco «Paco» Pérez. El debut no pudo ser mejor, triunfo de la Academia por 5 tantos contra 2, el «Ruso» agujereo la red haciendo 3 de los 5 goles, el último de ellos gambeta, volcada y una «chilena» magistral que hizo delirar al estadio de Diagonal Jorge Simón, había entrado con el pie derecho en el fútbol grande de General Alvear.

Esta actuación hizo que al día siguiente Don «Paco» Pérez, fuera en bicicleta hasta la casa de la familia Romo, en Isla Gorostiague, para decirle: “Vamos, que vos tenés que ser jugador de Argentino”. Ese mismo domingo debutó en la sexta categoría, de la «Academia», consagrándose por dos años consecutivos goleador, le siguió la quinta división y el «Ruso» nuevamente goleador por dos años y en 1961 el tan ansiado debut en Primera División. El día coincidió con el retiro del futbol de dos glorias albicelestes: el diez del equipo, Juan Aset y el nueve el legendario, el «Toro» Pariente, y justamente Carlos sería el reemplazante en el puesto del querido «Toro», y el mismo que era su ídolo desde sus primeros goles en la cancha del barrio.

Aquel tímido niño nacido a la vera del río Atuel, convertido en ídolo de las inferiores del fútbol alvearense, pisaba el campo de juego ya convertido en un jugador profesional de la máxima categoría y en los años dorados del balompié local. Años en donde se convocaban verdaderas multitudes cada domingo en las canchas de nuestro departamento, allí compartió campo de juego con ídolos del club de calle Zeballos, como el siempre recordado Julio «Turco» Aset y el querido Antonio «Cotorro» Mayorga.

En el año 1965, los albicelestes, se ubican en el cuarto lugar, al final del torneo, y el «Ruso» logra convertir 36 tantos, siendo el goleador del mismo. La fama de talento y certeza de Romo, llega a oídos de los máximos dirigentes de Gimnasia y Esgrima de la Ciudad de Mendoza, quienes, a mediados de marzo de 1966, llegan a nuestra ciudad buscando aquel muchacho que hacía delirar a la parcialidad académica alvearense. De este momento Carlos recuerda que una tarde, el junto a su hermano Miguel, estaban cortando adobes en su horno de Isla Gorostiague, cuando ven llegar un gran auto negro al lugar. La primera impresión que tuvieron fue la de un cliente importante que iba por material, baja del auto un caballero de traje y le pregunta a Carlos por Romo, él le señala a su hermano mayor quien administraba el horno. Pero a los minutos regresan y le dicen, buscamos al Romo que juega al fútbol, «ese soy yo» les dice el «Ruso», allí le indican que son dirigentes de Gimnasia y Esgrima y lo vienen a buscar.

El torneo mayor del fútbol provincial de aquel año, ya había iniciado, por aquel tiempo se jugaba a tres ruedas, y el «Ruso» luego de concretar su fichaje con el «Lobo del Parque» mendocino, se incorpora en la segunda rueda. Allí conocerá a uno de los máximos ídolos del fútbol mendocino, el mítico Víctor Antonio Legrotaglie que jugaba de 8 junto a otra leyenda futbolera, Carlos «Cachorro» Aceituno que vestía la casaca número 9, Carlos «Ruso» Romo con la 10 y el inolvidable «Geniol» Ledesma de 11. Para muchos aquel era un Gimnasia de frac, galera y bastón, un equipo de excelencia y toque. En aquel año, la capacidad goleadora de Romo, llegó a los estadios mendocinos y lo convirtieron con 14 tantos, en el goleador de la ronda. Diferencias económicas y la súbita muerte de su padre, hicieron que el «Ruso» volviera a General Alvear, por aquellos años vivía en una sencilla pensión capitalina donde conocerá al «Negro» Romero, quien luego jugaría en el Sport Club Pacifico y al «Negro» Loyola que llegaría tiempo más tarde, al Atlético de Bowen.

Al año siguiente es fichado por el Sportivo Pedal Club, del vecino departamento de San Rafael, Julio Trimiño, había llegado hasta la Academia para convencer a los dirigentes albicelestes y a Carlos, para integrarse al tricolor sanrafaelino, donde se corona campeón de la liga.

Al año siguiente los goles del «Ruso» se van al distrito de Goudge, y al club de este lugar, el Deportivo Goudge. La institución «celeste» será recordada por Romo, con simpatía y mucho afecto, por su seriedad y buen trato y porque logra entablar un vínculo especial con la dirigencia y el resto de los jugadores.

En 1969, vuelve a su club, el Sport Club Argentino, en este tiempo en la institución se estaba produciendo un recambio de jugadores. Ingresaba un grupo más que interesante de jóvenes de las inferiores a la primera división académica y junto a algunos mayores, van a formar un equipo épico y recordado, que le dará cuatro campeonatos sucesivos a la casaca albiceleste y el «Ruso» será goleador de los cuatro.

Una figura central en su vida será Don Teodoro Otín, quien además de entrañable amigo se convertirá en compadre, ya que es padrino de su hijo mayor, Carlos. Don Teodoro Otín, además le dará la posibilidad de comenzar a trabajar en la sucursal local del Banco de Mendoza, entidad en la que Romo, permanecerá hasta su cierre.

Se unió en matrimonio con Norma Edith Albello, juntos tuvieron dos hijos: Carlos y Leonardo, su compañera de vida falleció en el año 2013.

Mientras tanto pasaron torneos interbancarios, comerciales y de amigos y siempre el «Ruso» era goleador de cada evento, supieron integrar aquellos equipos de bancarios: «Tin» Lorenzo, Altaba, «Cacho» Cortez, Narváez entre otros tantos.

Carlos Romo sigue con su carrera deportiva en la primera división académica hasta el año 1981, cuando decide retirarse, con más de dos décadas a cuestas, de la práctica profesional.

A mediados de los años 80, la dirigencia del Sport Club Pacifico, le pide que entrene a las categorías infantiles donde jugaban sus hijos Carlos y Leonardo, allí el «Ruso» cumple otro de sus sueños, formar nuevos jugadores.

El «Ruso» disfrutó de la popularidad del memorable fútbol alvearense de los 60 y 70, de la misma forma que lo hicieron los hinchas de cada uno de los clubes donde se supo ganar el afecto a puro grito de gol. En especial en aquellos clásicos de barrio, esos que te mantienen con la voz entrecortada y enganchado al alambrado, y nos deja una frase para resumir su desmedida pasión por los colores académicos: «Mientras me den las piernas, yo voy a jugar para el Club Argentino».

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